Últimamente no he podido evitar fijarme, soy una de las víctimas, de que los bancos empiezan a sustituir al intermediario por el cajero en cada vez más gestiones. Quizás, la que más me ha llamado la atención es la de ingresar el dinero directamente.
Yo no tengo problema, ya me he acostumbrado y no es difícil para una persona que vive desde muy joven con la tecnología. Pero en el banco, me llamaron la atención dos cosas. El primero era un aviso que instaba a los clientes a usar los cajeros para las operaciones de ingreso de dinero, pago de facturas, etc. El segundo fue al observar cómo una ancianita, a la sazón de 80 añazos, venía a un cajero vacío acompañado de uno de los empleados del banco para tratar de explicarle cómo ingresar el dinero. ¿El motivo? Que el pobre empleado tenía prohibido hacerlo y que cada cliente que quería ingresar dinero debía ser acompañado a la máquina y recibir una rápida clase particular.
El espectáculo me dió mucha pena. El joven trataba de ser paciente y hablar claramente, mientras que la señora escuchaba atentamente y miraba la pantalla pulsando los botones que le decían. Bastaron dos minutos para que constase que ni el chico podía explicarse bien ni la señora entendía una palabra.
Lo que me disgusta de este escenario no es ninguno de los dos actores sino la imposición de tecnológica. Hablemos claro, no estoy en contra de poner máquinas que nos faciliten las operaciones. Genial para los que nos aclaramos con ellas pues invertimos menos tiempo y las colas en ventanilla son menores, mientras que en el cajero son mayores. Pero de ahí a fijar la misma política para todos los clientes me parece algo corto de miras.
Hay personas que sencillamente no pueden adaptarse a este tipo de cambios. Llevan haciendo lo mismo quizás 50 años, yendo a un amable señor que les hacía todas las operaciones necesarias de modo que solamente sabían que su dinero estaba a salvo en la caja de caudales y una libreta de cuentas sellada lo justificaba. La mayoría de estas personas, esos ancianitos, nuestros mayores, tienen los mismos problemas que un niño pequeño para aprender cosas complejas y creo que los dictadores de normas deberían ser más flexibles por dos razones.
En primer lugar, por sus empleados, pues ellos encontrarían más fácil ayudar a esa persona desde la ventanilla; y en segundo lugar, por los buenos clientes que verían un trato más favorable y más facilidad para entender sus cuentas.
Las normas pueden establecerse para mejorar cualquier empresa, pero su aplicación es harina de otro costal y hay que saber valorar cuándo aplicarlas y cuando no. No sé si me entienden.
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