jueves, 15 de diciembre de 2011

¿Y cuando veo a mis padres?

Hoy pensaba contar mis experiencias sobre las bondades de la tecnología respecto al futuro de los libros, pero algo lo ha impedido. Una noticia de hoy en concreto.

Leo, escucho, me cuentan que en la comunidad de Madrid, España, quieren permitir horario libre para los comercios, a cualquier hora, a cualquier día.

Supongo que los consejeros de los mandatarios o responsables del funcionamiento de la comunidad habrán visto unas ventajas tácitas que mi infantil mente no llega a entender. ¿Qué entiendo yo? Se lo planteo a quién desee leerlo.


Me imagino una gran explanada perteneciente a una gran firma, de esas que tienen unos beneficios adecuados incluso en estos tiempos, que pueden permitirse el contratar a varias personas y realizar estudios que les descubran los mejores momentos para abrir, acompañado de las técnicas oportunas para fomentar las compras.

Luego me imagino la librería de mi barrio, regida por un chico más joven que yo, casado y con una hija preciosa. Abre puntualmente a las siete y media de la mañana, entregando antes personalmente la prensa a los bares que se la tienen reservada. Luego trabaja toda la mañana hasta las dos del mediodía para irse a comer y abrir de nuevo a las cinco y seguir hasta las ocho de la noche. Abre los domingos por la mañana para repartir la prensa dominical, ya sea él o su mujer. Cuando están los dos en la librería, la niña siempre está con ellos.

¿Y qué conclusión me saco? Que mi querido librero no puede abrir todos los días, que cuando esté cerrado  su negocio, en otro sitio habrá una gran superficie seguramente abierta que ofrecerá todos los productos que él vende, con suculentas ofertas y que, desgraciadamente, sus clientes comprarán en lugar de a él. Simplemente, humanamente, no es posible seguir el ritmo de las grandes superficies que pueden contratar hasta tres plantillas que se turnen para mantener el ritmo de ventas. Él no creo que quiera vivir en su negocio y, desde luego ni su esposa ni su niña.

Luego pienso en las tres plantillas de la gran superficie, con turnos rotatorios, intensivos, tratando de vender y demostrar que son eficientes a sus encargados, mientras que una semana trabajan de mañana, otra no vienen a comer y en otras semanas ni a cenar. Me imagino sábados y domingos donde hijos están en casa esperando ver a sus padres lo que no los han visto durante la semana, hasta que deje de importales si sus progenitores aparecerán o no.

En ambos casos, parece que las personas se convertirán en máquinas de ganar un sueldo con el que alimentar a una familia que no conocen, ni les conocerán.

Se ampliarán las ventas, quizás. Se ampliarán los puestos de trabajo, quizás también. Pero se olvida de las personas. Personas que deben vivir, que quizás agradezcan una rutina para poder conciliar su vida laboral con la familiar, que si ya esta mal, creo que puede llegar a peor.

Por supuesto, ésta es mi opinión. Soy una hormiguita en el mundo. Pero puedo decir libremente que no me gusta la idea.

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